El
abuso infantil es un fenómeno, por desgracia, ciertamente frecuente en nuestros
días. Para un psicólogo forense, su ámbito de trabajo en esta materia no se
reduce exclusivamente a la mente y conducta del delincuente, sino también a los
de los niños afectados. Y hay que hacer aquí una distinción fundamental para
matizar su tarea: mientras que la salud mental y la adecuada recuperación de
las víctimas del abuso infantil es tarea de los psicólogos cínicos, a los
psicólogos forenses les incumbe la faceta más judicial del asunto: la de
obtener una declaración por parte de los pequeños afectados por el abuso y, una
vez conseguida, valorar su veracidad.
Esto
constituye una difícil tarea cuya complejidad emerge del nivel de desarrollo de
los niños en su ciclo de crecimiento físico e intelectual: interactuar con
ellos no sólo puede resultar complicado en general, sino más aún en el caso de
las víctimas de esta clase de abusos. Por ello, en su artículo Guía de buena práctica psicológica en el tratamiento
judicial de los niños abusados sexualmente, E. Echeburúa e I. J. Subijana,
de la Universidad del País Vasco y de la Audiencia Provincial de Guipúzcoa,
respectivamente, no solamente nos ofrecen información útil para comprender cómo
es conveniente proceder a la hora de obtener y evaluar judicialmente las
declaraciones de las víctimas de abuso infantil, sino también una explicación
de por qué éstas llegan a hacerse necesarias.
En
este blog, hemos seleccionado los fragmentos que hemos considerado más
oportuno; no obstante, el/la interesado/a lector/a puede acceder al artículo
original mediante el enlace que adjuntamos al final de la entrada.
* * *
Evaluación de la credibilidad del
testimonio en los menores
¿Por qué se plantea el problema
de la credibilidad del testimonio?
En los casos de abuso sexual de
menores, habitualmente no hay lesiones físicas ni tampoco testigos de lo
ocurrido, por lo que el único dato probatorio puede ser el testimonio del niño.
Ocurre, además, que el ciclo evolutivo del menor puede imponer restricciones a
su capacidad de memoria o de percepción de la realidad (es decir, facilitar la
fabulación, lo que supone confundir la fantasía con la realidad), así como
propiciar la inducción de un testimonio viciado por parte de un adulto (Cantón,
2003; Cantón y Cortés, 2003). Otro problema -menos estudiado y más difícil de
abordar- es que el menor oculte los abusos a pesar de existir indicios
específicos de su ocurrencia o que realice una revelación parcial (Ceci y
Bruck, 1995). Todo ello hace aconsejable la práctica de una prueba pericial
psicológica sobre la credibilidad de las manifestaciones del menor. Es decir,
se trata de determinar si el niño percibe correctamente la realidad y la
recuerda adecuadamente, si distingue bien la fantasía de la realidad y si dice
la verdad sin presiones externas (Alonso-Quecuty, 1995; Diges, 1997; London,
Bruck, Ceci y Shuman, 2005).
En realidad, si bien en la gran mayoría de los
casos los niños no suelen mentir cuando realizan una denuncia de abuso sexual,
no debe descartarse la posibilidad de que esto ocurra. De hecho, sólo el 7% de
las declaraciones resultan ser falsas (fenómeno de simulación). Sin embargo,
los falsos testimonios pueden aumentar considerablemente (hasta un 35%) cuando
las alegaciones se producen en el contexto de un divorcio conflictivo
(Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000, 2006). En estas circunstancias los niños
pueden ser objeto de utilización y de engaño por parte de un miembro de la
pareja para vengarse del otro (bien por deseos explícitos de venganza, bien por
la falta de aceptación de una nueva relación de la ex pareja) o para conseguir
la custodia del niño o cambios en el régimen de visitas. De este modo, ciertas
conductas de expresión de cariño, como caricias o besos, pueden ser
malinterpretadas y sacadas de contexto por las figuras más próximas al niño
(Urra, 1995, 2002). Sin embargo, lo que es relativamente común en algunos niños
es retractarse de una denuncia bajo la presión de la familia (fenómeno de
disimulación). La mayoría de las retractaciones son falsas. De hecho, no es
infrecuente la retractación, al asustarse el menor por temor a las represalias
del abusador o al percatarse de la trascendencia familiar, social o judicial de
la revelación de lo sucedido. En general, los menores son más propensos a negar
experiencias que les han ocurrido -y que son percibidas como traumáticas- que a
hacer afirmaciones falsas sobre este tipo de acontecimientos.
Si el menor niega
los abusos al inicio del proceso judicial, puede no llevarse a cabo una
valoración pericial o puede hacerse de forma inadecuada. La revelación requiere
un período de tiempo apropiado, más allá de una o dos sesiones, en el que se
cree un clima de confianza para que el menor pueda sentirse seguro y revelar un
suceso que habitualmente constituye un profundo secreto. Por desgracia, no
siempre hay una correspondencia entre los tiempos judiciales, caracterizados
por la necesidad de enjuiciar los hechos en un plazo no excesivamente largo, y
los tiempos psicológicos, mucho más flexibles al estar vinculados a las
necesidades de recuperación del menor. Un elemento importante es la cercanía en
el tiempo de la denuncia respecto a los hechos sucedidos. En general, el
testimonio es mucho más creíble cuando ha transcurrido poco espacio de tiempo
entre la conducta sexual sufrida y la denuncia presentada. Cuando ha pasado
mucho tiempo, el efecto del olvido y la interferencia de otras entrevistas
habidas (padres, policías, psicólogos, etc.) restan credibilidad al testimonio
(Masip y Garrido, 2001, 2007).
Métodos de información
– Las entrevistas. La entrevista
psicológica es, junto con la observación, el medio fundamental de valoración de
los abusos sexuales a menores. La entrevista permite detectar los indicadores
significativos relacionados con la existencia de abusos sexuales y determinar
si las respuestas emitidas por el niño -emocionales, conductuales o físicas-
coinciden con aquellos síntomas comúnmente considerados como efectos del abuso
sexual (véase la Tabla 1) (véase Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000; Vázquez
Mezquita, 2004). No obstante, estos síntomas pueden variar en función de una serie
de variables relevantes: el tipo y gravedad del abuso, las diferentes edades y
conocimientos sexuales de los menores, las relaciones afectivas previas entre
víctimas y abusadores, la reacción diferencial del entorno ante la revelación
del menor, etc. Las entrevistas con el menor deben hacerse en un ambiente
protegido y en un clima empático, de forma que se posibilite la expresión
adecuada de las emociones y de los pensamientos. En ocasiones, favorecer una
primera revelación puede requerir varias sesiones, dado que no siempre resulta
fácil que el niño se atreva a romper su silencio y comience a relatar los
sucesos abusivos. Asimismo deben adaptarse a la fase del ciclo evolutivo en que
se encuentra el menor y a la situación emocional que atraviesa como consecuencia
del suceso traumático. Desde un punto de vista técnico, las entrevistas deben
responder a la técnica del recuerdo libre, vertebrado en torno a una batería de
preguntas abiertas y no directivas, lo que supone evitar las preguntas cerradas
de naturaleza sugestiva o inductora. Se debe eludir tanto la entrevista tipo
interrogatorio como la entrevista excesivamente paternalista. En la medida de
lo posible, la exploración debe realizarse de forma individualizada, evitando
expresamente la presencia de personas que puedan tener algún interés especial
en el caso. También dichas entrevistas deberían grabarse en vídeo e integrarse
en el expediente judicial. De este modo, además de contar con el material de
trabajo sobre el que se ha efectuado el dictamen, se puede proteger al menor de
reconocimientos posteriores no siempre justificados. Respecto a la información
general, las entrevistas deberán prestar atención al estado emocional del
menor, al desarrollo evolutivo del niño, a sus recursos psicológicos, a sus
aficiones, a sus fuentes de apoyo familiar y social y a su adaptación a la vida
cotidiana (escuela, amigos, familia, etc.), así como a la estabilidad familiar.
En cuanto al tema de los abusos sexuales, la entrevista se centrará en la
fiabilidad y calidad de los hechos narrados, en la posible presión por parte de
otros adultos, en los conocimientos sexuales del menor y en los efectos de la
revelación o de la denuncia sobre el menor y el resto de la familia. Hay
también un lenguaje no verbal (mirada, enrojecimiento facial, demora en las
contestaciones, dudas en las respuestas, gesticulación, movimientos de manos y
piernas, etc.) al que hay que prestar la atención debida. En general, el
testimonio es creíble cuando supone un relato claro y coherente de lo ocurrido,
sin contradicciones fundamentales, con un lenguaje adecuado a su edad y una
expresión emocional apropiada, cuando no hay motivaciones secundarias para
mentir o fabular y cuando es consistente con la información adicional que se
tiene del caso. Por el contrario, el testimonio es poco creíble cuando responde
a un relato confuso y contradictorio, cuando ha habido ya muchos informes o
intervenciones anteriores y cuando ha habido una dilación no justificada en la
revelación o en la presentación de la denuncia.
– El análisis de la veracidad de
la declaración. Tal como se ha desarrollado por Undeutsch (1998) y por Steller
y Köhnken (1994), se trata de un método complejo que tiene como objetivo
diferenciar entre testimonios verdaderos y falsos. Este método se basa en la
hipótesis de que las declaraciones que se efectúan referidas a hechos reales
(vividos) son cualitativamente distintas de las que son fruto de la fabulación
o de la inducción. En concreto, el análisis incluye los siguientes puntos: la
revisión cuidadosa de la información relevante, la entrevista semiestructurada
con el niño, el análisis del contenido de la entrevista basado en criterios, la
comprobación de la veracidad del testimonio, y la valoración conjunta del
análisis del contenido y de la comprobación de la veracidad (Arce y Fariña,
2005; Cortés y Cantón, 2003; Godoy-Cervera y Higueras, 2005; Paúl,
2004; Pozo,
2005; Vázquez Mezquita, 2005). Un estudio de casos con este método se encuentra
ejemplificado en Ruiz Tejedor (2004). El análisis de la veracidad de la
declaración se ha desarrollado a partir de diferentes ámbitos de la Psicología
(procesos cognitivos, principios evolutivos, técnicas de entrevista, etc.) y se
ha mostrado efectivo en numerosos casos de abuso sexual. Sin embargo, este procedimiento
no cuenta con las propiedades de una técnica psicométrica. Se plantea, por
ello, la necesidad futura de establecer el peso específico de cada uno de los
criterios, así como de contar con puntuaciones de corte adaptadas a cada grupo
de edad y a la complejidad de la experiencia abusiva (Echeburúa, Guerricaechevarría
y Osés, 1998).– Los dibujos y los muñecos anatómicos. Los dibujos y los muñecos anatómicos se han propuesto como vía de acceso al conocimiento de los abusos sexuales en niños que, por su corta edad o por algún déficit específico, no presentan unas mínimas habilidades verbales o en niños muy inhibidos emocionalmente en los que es difícil establecer un contacto verbal (Alonso-Quecuty, 1999; Cantón, 2006; Cortés, 2003b). Los dibujos permiten la libre expresión emocional del niño, sobre todo cuando sus recursos verbales son limitados y pueden estimular el recuerdo de determinados acontecimientos. Hay que ser en todo caso prudentes en su interpretación e integrar las conclusiones con los datos obtenidos por otras fuentes de información. Los muñecos anatómicos, sin embargo, resultan desaconsejables. Los reparos existentes a la utilización de estos muñecos derivan de que son sexualmente sugestivos y de que, de este modo, pueden distorsionar la memoria del menor (Paúl, 2004). Sin embargo, una alternativa son los muñecos normales, que pueden favorecer el juego simbólico y ayudar al niño a representar situaciones asociadas a los abusos.
* * *
Cita del artículo:
Echeburúa, E. y Subijana, I. J. (2008), Guía de buena práctica psicológica en el tratamiento judicial de los niños abusados sexualmente, International Journal of Clinical and Health Psychology, Vol.8 (Nº 3), pp. 733-749.
Enlace al artículo original:
José Ángel, es una parte muy duda sin duda de la psicología forense el hecho de tener que llevar a cabo estos procedimientos y ver a niños que sufren esta clase de abusos.
ResponderEliminarNormalmente a la hora de pensar en la psicología criminal nos centramos en la imagen detectivesca de la especialidad pero nunca nos paramos a pensar en la parte que conlleva la obtención de testimonios por parte de las víctimas. Sin duda, por la sensibilidad que requiere esta tarea, es muy necesaria la intervención de un psicólogo.
Una entrada para ampliar nuestra visión de esta profesión, muchas gracias.
Buenas noches José Ángel,
ResponderEliminarSospechaba que las declaraciones de un menor (especialmente niño) eran complicadas de ver, evaluar y verificar, pero no sabía hasta que punto era así. Tampoco me había parado a pensar en que estos podían no distinguir la realidad de la fantasía al igual que lo haría un adulto, y eso es bastante importante tenerlo en cuenta. Lógicamente, como niños que son, inventar partes de lo ocurrido es algo de lo más normal, pero lo complicado sería separarlo del resto.
Y lo más importante, la influencia por parte de uno de los miembros de la familia para que diga/no diga información que sin duda es relevante.
Gracias por la entrada.
Paula y Marta,
ResponderEliminarAñadí esta entrada porque, como bien dice Paula, es una faceta más que complicada sobre la que no quería dejar de hacer hincapié en un blog de este tipo.
Es cierto que la mente de un niño no es como la de un adulto. Sin embargo, el hecho de que no esté igual de desarrollada no quiere decir que funcione peor: sencillamente es mundo diferente. Creo que son las dos caras de una moneda: la faceta amarga de tener que obtener destimonios de víctimas de corta edad puede, dentro de la complejidad, verse parcialmente compensada por el mundo apasionante que se descubre.
A veces, con todo, no hay nada mejor que la mente de un niño para comprender la de un adulto.
¡Gracias por vuestros comentarios!
Paula y Marta,
ResponderEliminarAñadí esta entrada porque, como bien dice Paula, es una faceta más que complicada sobre la que no quería dejar de hacer hincapié en un blog de este tipo.
Es cierto que la mente de un niño no es como la de un adulto. Sin embargo, el hecho de que no esté igual de desarrollada no quiere decir que funcione peor: sencillamente es mundo diferente. Creo que son las dos caras de una moneda: la faceta amarga de tener que obtener destimonios de víctimas de corta edad puede, dentro de la complejidad, verse parcialmente compensada por el mundo apasionante que se descubre.
A veces, con todo, no hay nada mejor que la mente de un niño para comprender la de un adulto.
¡Gracias por vuestros comentarios!